martes, 5 de julio de 2011

Qué perfecta era esa época de parbulitos en la que te casabas cada día con un niño diferente, en la que te debías preocupar más de las posibilidades que tenías de comerte la plastilina, que del engaño de aquel al que crees que amas. En la que la existencia de monstruos imaginarios detrás de las clases era más importante que los besos. Aquella, donde la competitividad de ver quién era el mejor en caerle a la profesora, era mas imprescindible que pasar un rato a solas con él. Esa época en la que la ''taleguita'' más inusual era prior a los regalos de San Valentin. Si de esa época hablo, de cuando no te importaba llegar a casa con las uñas llenas de plastilina azul, la nariz taponada de mocos, los bolsillos repletos de piedras brillantes, la camiseta plegada de churretones y los zapatos repletos de polvo. Aquella época en la que deseabas llegar a casa para dar le un beso a tus padres y no hacías otra cosa que comer, jugar, dormir, llorar y estar con la familia. Que momentos aquellos en los que solo soñábamos con una mirada de Blanca Nieves, con un baño con La Sirenita o una vuelta volando con Peter Pan. Que tiempos aquellos en los que a esto a lo que estoy jugando ahora, se le podía llamar vida.

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